sábado, 8 de agosto de 2009

Dios es el mismo, nosotros…también.

-“Hola, buenas noches. ¿Podemos hacer oración con ustedes?”
El saludo suena amable y la petición suena extraña, pero en el contexto de una sala de espera en el área de terapia intensiva de un hospital, con varias familias preocupadas por la situación de salud de un esposo o esposa, hija, padre o madre, la oferta no puede rechazarse.
Quienes están parados frente a nosotros –yo, que tengo a mi hija recién operada de un tumor cerebral y con un cuadro postoperatorio muy complicado, mi hermano Pablo, mi primo Salvador que nos visita- son dos personas de alrededor de cincuenta años. Ella, una mujer muy arreglada que sigue siendo atractiva para su edad, él, un hombre de traje y corbata, bien afeitado y peinado, dos personas muy amables y empáticas a pesar de ser la primera vez que nos ven.
-Sí, ¿Por qué no? Contestamos los tres casi a coro. Siéntense.
El hombre del traje obscuro abre una biblia encuadernada con forro de piel, de esas que tienen un cierre para que sus hojas no se maltraten. Inicia leyendo un salmo en el que se exalta la bondad infinita de Dios y cómo los humanos debemos sentirnos siempre confiados cuando oramos en que seremos escuchados. Al finalizar la lectura, cerramos los ojos y él hace una oración de petición por Mariana, para que se vaya restableciendo de su operación (previamente había preguntado por el nombre de nuestra hija y la razón de su estancia en el hospital). No hay más. Termina la oración y se despide. Me dice que su esposa se llama Mariana también y que tendrá muy presente a mi hija en sus oraciones de los próximos días.
El y la mujer que se llama Gail, se despiden muy amables. Ella con un tono muy maternal y cariñoso, rayando incluso en lo cursi, nos dice que confiemos en Dios plenamente y que su versículo favorito de la Biblia es Romanos, 8, 18: “Si Dios es conmigo, quién contra mí”.
Este mismo versículo nos lo repetirá varias veces en otros encuentros. Ella dijo ser hermana de Rubén, el esposo de Jeanette, quien está en el cuarto de junto a Mariana en terapia intensiva. Cuando le preguntamos que cómo está su hermano, nos dice: “No es mi hermano en realidad, es mi hermano en Cristo, porque somos cristianos”, lo dije para que me dejaran pasar a verlo. La segunda tarde en que la vimos nos presentó a su esposo y estuvimos comentando cosas sobre la salud de Rubén y de Mariana y sobre cómo la fe en Dios nos puede dar fortaleza en momentos tan duros como los que vivimos. Ella nos reiteró que Mariana iba a ponerse bien y que seguirían orando por ella. Al saber que éramos católicos, nos comentó al igual que su esposo: “finalmente, es el mismo Dios”. Tanto ella como Jeanette, la esposa de Rubén, siguieron preguntando constantemente por Mariana, Jeanette y Rubén incluso nos fueron a visitar cuando él ya había sido dado de alta y Mariana seguía en terapia intensiva.

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Es domingo y son cuarto para las once. La pequeña capilla del hospital empieza a llenarse. Gaby llega temprano al salir de la visita de las diez. Apunta a Mariana entre los enfermos por los que hay que pedir en la misa dominical. En la lista se van escribiendo los nombres de otras personas, entre ellas el de la señora Yolanda, una mujer de unos sesenta y dos años que ingresó hace un par de días por un problema pulmonar, complicado con un trastorno cardíaco. Al llegar la persona que ayuda al sacerdote, tacha de la lista a esta señora. --Gaby, extrañada le pregunta: “ ¿Por qué quita de la lista a esta persona?”
- “Es que ella es judía”.
- “¿Y por ser judía no podemos pedir a Dios por ella?”.
Sin responder, tacha a la señora Yolanda y en la misa no se le menciona.

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Luces y sombras de lo humano que salen a flote en estas situaciones de crisis: por un lado, la solidaridad y el deseo auténtico del bien del prójimo, no importando si es de la misma religión o no. Por otra parte, la exclusión y la intolerancia religiosa que cierran las puertas de la verdadera com-pasión que humaniza por sinrazones ideológicas que pretenden que Dios se puede atrapar entre los muros de un credo o un culto específico, meras expresiones culturales e históricas de la más honda experiencia humana: eso que se llama la fe y que no es otra cosa que la apertura al misterio que nos trasciende por completo o en palabras de la madre Aurora, una profesora-amiga de la ibero León: “La convicción profunda de que Dios nos ama”. Como decían Gail y su marido: “es el mismo Dios” o Dios es el mismo” para todos, pero como podemos comprobar en nuestras cegueras dogmáticas: “los seres humanos somos también los mismos”, los que no han aprendido nada, a pesar de los siglos, de las guerras santas, de los suicidios colectivos de algunas sectas, de la inquisición y las cruzadas, de la Yihad y “la congregación para la doctrina de la fe”.

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Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...