OBSESIÓN, PERFECCIÓN,
COMPASIÓN.
Un texto de homenaje a GABRIEL ANAYA DUARTE S.J.
(Este texto fue escrito y leído en un acto de celebración del padre Anaya por sus 50 años como jesuita, en septiembre de 2005).
“Entonces se sentó, llamó a los doce y les dijo:
Si alguno quiere ser el primero, que se haga el
último de todos y el servidor de todos”.
(Marcos 9, 35)
OBSESIÓN:
“La
dificultad de vivir es,
paradójicamente,
normal.”
M.
Oraison.[1]
Un
primer vistazo a Gabriel, nos daría la impresión de que la dificultad de vivir,
que es, paradójicamente, normal, no es tan normal para él sino que se le impone
como un deber que hay que cumplir muy estrictamente y que por lo tanto tiene
que planearse (siempre en la misma agenda que renueva sus hojas cada año y que
se va trayendo por trimestres, como para no agobiarse con la visión del año
completo), planearse muy detallada, minuciosa, obsesivamente.
Ese
primer vistazo, cuando todavía no hay un mayor conocimiento o interacción con
él, es a veces o para algunos lo ha sido, una experiencia que produce cierto
temor, distancia acaso, respeto exagerado por decir lo menos.
Porque
en la superficie uno ve la obsesión por el orden, por el rigor, por la
claridad, por la brevedad y la ve como un problema, como algo que incomoda o
inquieta o pone nervioso al interlocutor novato.
Pero
luego se descubre, por la fuerza del convivir cotidiano y del conocimiento que
curiosamente, al menos en mi caso, es un conocimiento predominantemente
afectivo a pesar de la aparente seriedad o el aspecto un tanto hosco, uno
descubre digo que esas obsesiones son solamente un reflejo de algo más
profundo, de una obsesión con mayúsculas: la obsesión por vivir y porque otros
vivan, la obsesión por quitar obstáculos que impidan disfrutar la dificultad de
vivir y hacerla disfrutable a otros y otras.
PERFECCIÓN:
“El
afán de corregir el perfeccionismo lo agudiza”.
R.
Peter. Etica para errantes.
Las
obsesiones en el fondo manifiestan una búsqueda de perfección, una continua
insatisfacción por las fallas o los errores que pueden evitarse (por ejemplo
perforar en dos lugares distintos un documento desengrapado y vuelto a
engrapar). Las obsesiones de Gabriel son un anhelo de perfección quizá
siguiendo el texto evangélico (“Sed perfectos como es perfecto vuestro padre que está en el cielo” Mt. 5, 48) que
cuestiona y reinterpreta Ricardo Peter en su libro: Una terapia para la persona
humana.
Como
ejemplo ilustrativo alguien me contó recientemente que él es el único empleado
de la universidad que apunta religiosamente (al fin sacerdote) todos los días,
el número de las placas de su coche (perdón, de su Volkswagen) en el boletito
del estacionamiento. Yo por supuesto, sin saber si es cierto, lo creí (también religiosamente). Quizá por
su ser físico (me refiero a su profesión de origen), esta sistematicidad y
orden se han vuelto como su segunda naturaleza.
El
perfeccionismo de Gabriel también tensiona, genera nerviosismo a su alrededor,
si no se comprende, genera aún cierta distancia por no querer equivocarse
frente a él o en algo relacionado con él.
Pero
paradójicamente este perfeccionismo genera también ese sello por el que se le
conoce, se le admira y , quizá más importante, se le quiere. Porque Gabriel es
famoso por este anhelo de perfección que para mí es como un signo claro de que
su deseo de infinito no le cabe en el cuerpo, de que su alma generosa,
encarnada, siempre con los pies en la tierra, es una alma desbordada y
desbordante que busca el infinito desde ya...HOY, HOY , HOY (para decirlo en
lenguaje de moda).
El
es conciente de este perfeccionismo, es tan conciente que cuando trata de
remediarlo quizás lo agudiza (querer corregir este único “defecto” lleva a
buscar la perfección y así se sigue el círculo). Por eso lo vive, lo goza, lo
comparte y lo reparte por toda la universidad.
Para
gozarlo y no complicarse de más, alguna vez le ha confiado a varios de
nosotros, tres recetas infalibles y perfectas que yo tomé a broma al principio
pero que he aplicado últimamente con excelentes resultados para mi salud
emocional:
-No
hagas hoy lo que puedes hacer mañana.
-No
hagas tú lo que puedan hacer otros.
-No
hagas lo que puede quedarse sin hacer (de este último ya no me acuerdo bien,
pero para poner los tres porque el tres es el número perfecto, entre que lo
invento y lo recuerdo).
Por
este perfeccionismo yo me atrevería a decir sin temor a ser desmentido, que
Gabriel es PERFECTAMENTE querido por toda la comunidad universitaria.
COMPASION:
“La
compasión resulta – a mi manera de ver- el fundamento
mismo
del comportamiento ético. Todo el acontecer ético se
mueve
en el eje dialéctico “Me duele tu dolor/ no me importa
tu
dolor”.
O.
Pfiser en carta a S. Freud, 1930.
Pero
la obsesión y la perfección son solamente modos visibles de expresión de la
compasión, que es lo que a mi modo de ver y desde la amistad que generosamente
me ha regalado, puedo destacar como la verdadera forma de ser, decir y hacer
que define a Gabriel Anaya.
En
el eje dialéctico que se mueve entre “me duele tu dolor y no me importa tu
dolor”, Gabriel está siempre, definidamente, decididamente, ilimitadamente,
obsesivamente, perfeccionistamente, del lado del “me duele tu dolor”. Desde el
dolor de la comunidad en general hasta el de cada persona en particular, desde
el dolor de un director que se duele de problemas que resolver, decisiones que
tomar o sensaciones de soledad hasta el dolor de un académico, de una
secretaria, de una persona de mantenimiento o un profesor de asignatura.
A
Gabriel le duele siempre nuestro dolor y se conmueve ante él. Le duele
profundamente y le duele activamente porque siempre busca espacio (entre los
múltiples pendientes apuntados en sus tarjetitas) para hablar con alguien que
pueda aliviar este dolor o buscar una solución que lo mitigue.(Por supuesto
cada dolor aliviado es rigurosamente borrado de la lista de pendientes en la
que seguramente ya se la acumularon otros tres o cuatro. Quién le manda ser tan
popular).
Lo
maravillosamente cristiano del caso, es que a Gabriel le importa siempre el
dolor de los demás, incluyendo el dolor de aquéllos cuya vida es un “no me
importa tu dolor” permanente. Le importa ese dolor y le duele el que haya
personas a quienes no les duela el dolor del prójimo.
La
compasión es la marca, la “ventaja competitiva” de Gabriel como jesuita y por
eso desfilamos todos por su cubículo, generalmente para compartir nuestros
dolores, pero muchas veces también, para compartir nuestros logros y nuestras
alegrías.
CON
PASION:
“Todo
ser humano
por el
mero hecho de serlo,
merece
un homenaje”.
J.L.
Sampedro.
Gabriel
vive interiormente rindiendo homenaje a cada ser humano por el mero hecho de
serlo y por eso cree en la gente. Pero si cree en la gente y si rinde homenaje
a los humanos, es porque cree en algo más profundo y trascendente, que no es
otro sino Jesús, ese “hombre en conflicto” al que se refiere Carlos Bravo S.J.
en su libro, ese que entregó su propia vida porque le dolió hasta la muerte y
hasta la resurrección el dolor de todos los otros existentes y por existir.
Con
verdadera pasión Gabriel vive esta fe y esta esperanza y por eso es compasivo y
activo en el compromiso universitario en el que todos admiramos su rigor
académico, su claridad y brillo en la expresión, su vehemencia y el testimonio
que siempre muestra a alguien que está tratando de encarnar lo que enseña.
Gabriel
vive con pasión su lucha consigo mismo, su lucha con lo que nos oprime a los
demás y su lucha por llevar a todos esa buena noticia que hay que anunciar en
tierras de cristianos encerrados en
formas y rituales. Contra esta fe ritualista es siempre su más claro y
contundente mensaje que ahora llega hasta “todo Puebla” por la radio cada
mañana de los martes (siempre perfectamente en punto).
Con
pasión también goza y es capaz de ser un compañero, uno más entre nosotros en
los días de clases o de trabajo, en las juntas o comités. Uno más entre
nosotros, un jesuita compañero de todos, en los festejos de fin de año,
compartiendo un whisky o un ron (derechos) o un baile con alguna secretaria,
maestra o coordinadora. (¿Irá también ahora a abrir brecha, bailando por
primera vez con alguien del equipo de rectoría? Quizá el ejemplo de Ramiro vaya
extendiéndose).
Con
pasión ama a Jesús, a San Ignacio y a la ibero (no sé si en ese orden) y con
pasión ha entregado por eso cincuenta años de su vida al servicio de los demás.
[1] Todas las citas , salvo la del Evangelio, están tomadas de: Peter,
Ricardo. (2000). Etica para errantes. Ed. BUAP. Puebla.
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